Written Story by Evangelina Gabriel

De el rumor a el dolor

Haciendo limpieza en casa y junto con mil documentos que intentó desechar descubro unas  tarjetas que tienen el nombre de cada uno de los miembros de mi familia y en ellos indica la  certificación de haber sido vacunados contra el Covid-19. A mi mente vuelve el recuerdo del año  2020, se auguraban buenas cosas para ese año, pero nunca imaginamos lo difícil que la  pasaríamos en los meses siguientes, comenzando por la angustia al escuchar en las redes sociales  sobre un virus que se había “escapado” de un laboratorio en Asia … está en China, ahora en  Italia, ya llegó a América … se escuchaba y veíamos escenas que parecían sacadas de una  película, mientras tanto, junto con la incredulidad también se sentía el miedo cuando se  impusieron la distancia, el cubrebocas y la cuarentena!, pudimos palpar ese miedo cuando  mandaron a mi esposo a casa pues en su trabajo había infectados, estábamos asustados, nos  preocupaba absolutamente todo, desde nuestras hijas, las compras en el supermercado, la iglesia,  los centros de trabajo, hasta el ir a el parque nos asustaba. Pero nada como la angustia de ver a  mi Padre hospitalizado. Mi padre y mi madre llegaron de México y ocho días después pedimos  hospedarlos en un hotel pues en casa de mi hermana para ese entonces ya estaban infectados  algunos de los miembros de su familia, aunque ya era demasiado tarde ellos ya tenían el virus  dentro de su cuerpo, mi padre estuvo aislado dos interminables meses, la mayoría del tiempo  inconsciente, mientras su esposa, hijos, nietos y conocidos rezábamos incansablemente para que  sucediera el milagro que lo volviera a casa. Juntas informativas con los doctores nos hacían  pensar que llegaba lo inminente, por la edad y porque otras condiciones de su salud hacían más  difícil su recuperación pero la fe en Dios y en los médicos seguía estando ahí. Junto con mis  hijas y una fe infinita en el tan deseado milagro rezábamos cada noche y sé que como nosotros  otras tantas personas hacían lo mismo por sus seres queridos, mi mente en ese entonces ya estaba  resignada a que en cualquier momento ese teléfono sonará y nos dieran la mala noticia. Como  nosotros, muchas personas pasaban la misma tragedia, pero quizás lo más triste fue esperar en  casa sin poder mirar a nuestros enfermos y en los casos más trágicos ni siquiera poder despedirse  de ellos cuando morían en la más triste soledad de un cuarto de hospital. Otras muchas personas  murieron en sus casas, al no encontrar un centro médico que tuviera espacio para ellos o algunos  por miedo a no volver a mirar a su familia pues se contaba que al llegar al hospital muchos eran  entubados y la mayoría no sobrevivía, muchos casos demasiado tristes que no se olvidarán  jamás. Afortunadamente y gracias a los médicos, a las oraciones y a las ganas de vivir de mi  padre podremos celebrar una vez más el Día del padre, con las consecuencias que el COVID-19  nos dejó, físicas, emocionales, médicas y económicas puesto que sus pulmones necesitan de vez  en cuando oxígeno y visitas más frecuentes al médico afectando esto a su bolsillo pero sobre todo nos enseñó el valor de abrazar una vez más a tu familia y amigos pensando que algún día  tuvimos que renunciar a la demostración física del afecto y el amor.